Personal

Tengo cuarenta, y claro que me uno al trend

Y pensar que mi vida blgogera empezó a los 22...

Tengo cuarenta, y claro que me duele todo.

Ya cambiamos de colchón e invertimos en nuevas almohadas. Igual. Si ayer dormí chueco. Si ayer dormí del lado equivocado de la almohada. Si hay una semilla debajo del colchón. HOY nos duele todo. Y el cuello también. (Habrá sido que la princesa del cuento también tenía cuarenta?).

En una semana tengo cita con un especialista de muñeca y mano, porque hace ocho años puse mucho esfuerzo en la mano izquierda cuando cargaba a mi hija. Y aún me duele. Tengo cuarenta y se me disloca el hombro cuando me saco el polo. Tengo cuarenta, y claro que me duele todo.

Tengo cuarenta, y claro que tengo sueño

Me verás energética, pero es a punta de café. Tengo cuarenta, y chequeo todas las mañanas mi «body battery» en el reloj. Tengo cuarenta, y luego de dos copas de vino la noche anterior, mi batería recarga a 10%. Tengo cuarenta, y claro que con dos copas de vino, ya no puedo dormir (y por eso me tomo tres). Tengo cuarenta, y claro que le debo horas a la almohada, pero como igual me va a doler el cuello, la almohada me debe mucho más.

Tengo cuarenta, y claro que hago comentarios de tía

Tengo cuarenta y escucho la voz de mi madre cuando le digo a Mucita que por favor, salude a la vecina que te acaba de decir hola, corazón. Salúdala, caracho. Que te he dicho que l… Tengo cuarenta, y mis chistes son malos. Tengo cuarenta, y claro que me río sola. Tengo cuarenta, y mi colega de 25 me dice «ay, …. eres una mamá» (pero me lo dice con pena). Tengo cuarenta, y todavía uso facebook.

Tengo cuarenta, y claro que me voy de fiesta

Me voy de fiesta, pero la sufro. Escuchen esto: tengo cuarenta, y claro que tomo Magnesio llegando a casa (alguien más?). Me voy de fiesta, y claro que no hago planes al día siguiente – y si los hago, la sufro más. Tengo cuarenta, y , si me voy de fiesta, claro que me gasto más en la babysitter que en el bar.

Tengo cuarenta, my friends

Cuando mi hija cumple años, la regla es que puede invitar la cantidad de amigos igual a los años que cumple – yo invité 40. Y fui feliz. Y bailé. Y dormí mal después. Y me desperté temprano (porque tengo 40). Y eso ya algunos meses. Pero se los cuento hoy.

Personal

¿Y si todos fuésemos un poquito más buenos?

Esa idea es la que ronda por mi cabeza últimamente. Tengo ganas de ser una mejor persona. Sí. Solo eso.

Tengo una amiga, no hace mucho tiempo, pero en el último año nos hicimos buenas amigas. Yo puedo hablar mucho, pero no suelo ser la que inicia la conversación. Ella sí. Lo hará de la nada, o se hablará a ella misma para romper el hielo. De ahí es muy difícil parar de hablar con ella. Me imagino que así fue como nos hicimos amigas.

Bueno, la cosa es que un día conversábamos, ambas agradecidas por nuestra amistad. Le tuve que decir: tienes una chispa que nadie tiene. Me dijo «tengo un secreto: todos los días, me propongo regalarle un cumplido a alguien más». En eso, volteó hacia una desconocida, y le dijo «Esa casaca te queda hermosa». La chica sonrió, le dijo gracias, le soltó un cumplido a mi amiga, y todos volvimos a nuestras conversaciones. Me dijo «ahora ella está feliz, y eso me hace feliz a mí».

Algo tan simple.

Corte al otro día, mientras caminaba al supermercado. Vi a una señora con una casaca plateada, bien trendy para lo que uno diría «su edad» (hablo yo, la ahora cuarentona). Quise parar y decirle «qué buena casaca» o «super chic, señora». Pero no. Seguí de largo. No cruzamos miradas. No nos dijimos ni hola. No dije nada.

Es que no es tan simple.

Y no hablo de grandes hazañas, ni de cambiar el mundo. Por más que quiera, con las justas me doy tiempo para ir a la peluquería dos veces al año. No voy a mentirme y decir que haré voluntariado – aunque claro que eso ayudaría. Solo quiero ser una mejor persona con el mundo. En principio:

  • No juzgar. Cada uno con su tema. No soy mejor que nadie para pensar (porque uno también juzga con el pensamiento) que alguien podría ser mejor/diferente/más/menos-cualquier cosa.
  • No rajar. Y eso es juzgar con las palabras. Y claro, el chisme entre amigas es divertido, pero vale reconocer cuando uno lo hace de mala onda, y cuando no.
  • Sonreír. Decir hola al que pasa a mi lado. Porque es horrible caminar por el mundo como si el resto no existiera – y eso que están en el mismo ascensor, yendo al mismo sitio. O sentado al lado en el tren. Un «hola» no cuesta nada.
  • Empatía. Estar un poco más atenta a las necesidades del resto. No pasar de largo si alguien se cae, o si algo se le cae, por ejemplo.

Este último punto me lleva al otro día en que al sacar algo del bolsillo, boté mi tarjeta de tren. Yo con audífonos, no escuché que se caía. Tampoco que alguien me perseguía. Era un chico que solo quería devolverme la tarjeta. Así de simple.

U otro día. Yo, linda de shopping y muy ecológica, con mis compras nuevas en bolsas de papel. EN PLENA LLUVIA. Pues a qué no saben qué pasa cuando se mojan las bolsas de papel? Ah, sí saben.

Se rompen.

Ni 3 segundos después, salió un señor de su tienda con una bolsa de plástico para re-empacar mis chompas (mi chompa nueva! y blanca!), y hasta me preguntó si necesitaba algo más. No son ángeles. Son personas buenas (y yo una torpe, como ya se habrán dado cuenta).

Bueno, la cosa es que yo también quiero ser una persona buena.

Sí. Eso.

Feliz año, amiguitos.

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Episodios Covid

Capítulo 01 – la tercera ola

La tercera ola empezó como empezaron todas: sin invitación.

De pronto, se acababa el baile y volvía el martillo, y yo veía otra conferencia de prensa con mis pasajes a Lima pegados al pecho, buscando dónde esconderme para que no me atrape este corona agua fiestas. Porque sabes qué? Ya luego de casi dos años, con vacunas disponibles para el que quiere y puede, el corona ha pasado a ser eso – un gran y feo aguafiestas.

Capítulo 02 – las mamás del whatsapp

Valga el esterotipo. Las mamás del whatsapp son como las describen los memes (somos como nos describen los memes). Y ahí una lanzaba la primera señal para avisar que fulanito tenía Covid. Luego Menganito. Pero Sultanita, no. Pero Florcita sí. Pero Rafito y Lorenita no. Por qué no dejan llevar el sábado en paz?!

Ese martes nos cerraron el colegio, una semana antes de las vacaciones de Navidad. Yo? Ahí. Con mis pasajes pegados al pecho.

Capítulo 03 – abrazos con mascarilla

Saben cuánto me tomó en volver a abrazar a alguien más allá de mi esposo, hija y mi gato? Un montón. UN MONTON. Ahora llegaba a Lima, donde nos abrazamos y besamos con mascarilla (obvio), y donde nadie, nadie quiere tener corona (obvio). Pero de pronto, y pasados varios abrazos, mi hermana – a quien, recuerden, no veía hacía tres años (o sea que claro que había abrazado) – salió positivo. Chanfle.

Capítulo 04 – escapemos

No, no escapemos de Lima. Escapemos a la playa porque en el mar, la vida es más sabrosa y ahí, el corona se toma con limón. Nunca me testeé tanto como en esos días para asegurarme que eso de sentirme bien no se encontraba únicamente en mi actitud positiva.

Eso, de positiva solo la actitud, porque ese test (que mi hija tambén se hacía, y mi esposo también se hacía, y mis amigos y familia también se hacían) daba negativo y negativo. El viaje continuó sin contratiempos, aunque admito que se sintió diferente a otros viajes. Corona poto.

Capítulo 05 – la tercera dosis para la tercera ola

Aún invicta, llegó mi turno para la tercera dosis. Pero la tercera ola en holanda seguía y nos agarró esta vez por donde agarra a muchos – desde la guardería.

Nota: igual defiendo que nuestros niños vayan al colegio. La educación y lo que se aprende en el colegio (más allá de leer, escribir, y las ciencias naturales) no se aprende detrás de una laptop.

Pero desde la guardería nos llegó. Y así, luego de dos años de pandemia, el Covid tocó la puerta en esta casa.

Capítulo 06 – Seremos inmunes?

Gracias a Dios y a las células T, a mi hija no le pegó fuerte. Tos por un día y nunca hizo fiebre. Eso sí, cuarentena obligatoria para ella, y aislam- MENTIRA! No la aislamos. Cómo se aisla a un hijo? Entendió muy bien que no nos debía abrazar por estos días (Mucita ya tiene seis), y que sus amigos no podían jugar. Entendió que debía perderse la natación ese sabado, aún sintiéndose bien. Pero aislarla? No había manera. De ahí la sorpresa de que pasaron los días y nosotros nos mantuvimos negativos.

Le ganamos al covid?

Capítulo 07 – No le ganamos al Covid

Nunca sabré si fue Mucita o no. Pero luego de dos semanas, el Covid volvió a tocar nuestra puertita en Haarlem cual vendedor de biblias (pero si ya te dijimos que NO!). Y ahí estaba. Con pésimo timing, porque quien también había llegado eran mis primos de Lima el día anterior.

Felizmente, el día que di positivo era el mismo día que ellos se iban a su siguiente destino. «Felizmente», dijo – vaya inocente.

Capítulo 08 – Cual dominó

No fue uno. Ni fueron dos. Fueron tres! (pero dilo cantando)

En casa, cayó mi esposo. En Alemania, van dos (al menos hasta el día de hoy). Justo un colega me preguntaba si sabía de dónde lo había sacado. Mi respuesta es «ni idea, pero sé a quién se lo di – a todos».

Capítulo 09 – Y qué hemos aprendido de todo esto?

Vacúnate caracho. Al menos en mi familia, el Covid nos hizo cosquillas. No es peor que una gripe. No es peor que un bicho en el estómago.

<Comentario impopular (pero igual lo suelto)> Voto porque eliminen las reglas y que reine el sentido común. Si el virus te tumba, te quedas en casa. Si te sientes mal, te quedas en casa. Si puedes seguir con tu vida, sigue con tu vida. Si no estás segura, ponte máscarilla para visitar a tus amigos y familia vulnerable. Pero si tenemos que parar el mundo por aquellos que deciden no vacunarse, no es justo. Yo decidí vacunarme para seguir con mi vida. Ya hice mi parte. </Cierro comentario impopular>

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Se acuerdan cuando nos podíamos abrazar?

Desde que nos encerramos todos a mediados de marzo, no he vuelto a abrazar a nadie (más que al esposo y a mucita). Pero a nadie. Me imagino un poco como un T-Rex y seguro así se sienten mis brazos hoy: acaso nos encogimos?

También me imagino cómo será ese primer abrazo después de mucho tiempo. Algo así como un primer beso en donde no sabes dónde poner la lengua, si moverla o no y hacia qué dirección: Qué brazo va a arriba? qué tan cerca? con palmada? Cuántas palmadas?! Va con beso? MUY FUERTEEE!!

Es gracioso. Yo acá en Holanda siempre fui de abrazar. Vernos las caras con tantas nacionalidades, cada saludo es una decisión de 2 segundos: UNO: si le das uno, dos o tres besos a la persona que saludas. DOS: O le doy la mano? pero si somos patas. TR… ven pacá! Pero hoy, ni el codito me vale. Son tiempos nuevos, my friend. Tiempos nuevos.

Y lo son.

A quién más le pasa que estás viendo la tele y como que te da ansiedad cuando hay una escena de grandes grupos? Algo como un evento o un concierto? Me empieza a picar el cuerpo.

O cuando ves un avión en el cielo? Yo me pregunto que si a dónde va y por qué no soy yo yéndome a Perú. Por qué.

Miras raro a las personas, especialmente si son bien mayorcitas de edad, que están en supermercado y sin máscara? Me da ganas de tirarle una sábana para que se cubra.

Casi hablo de costado cuando hablo con alguien, no vaya a ser que le sople mis bichos… (me gusta tratar a todos como si tuvieran el virus, o como si lo tuviera yo).

Exagero?

No me lo tomen a mal, ni me crean robot. Me veo con gente siguiendo las reglas locales (no más de 4 adultos en casa y manteniendo la distancia). Socializo. Juego juegos de mesa con mis amigos y quizá estamos tocando la misma ficha repetidas veces. Además, tenemos la suerte de tener a nuestros hijos en el colegio (y hasta en la guardería) y (gracias a Dios) para ella las cosas son CASI normales.

Pero eso nos expone un poco más y, por ende, a mi entorno. Por eso cuando me veo con gente, respeto los límites. Sus límites y los míos.

Y sobre todo, no abrazo.

Tampoco viajo a Perú.

Y los eventos me dan ansiedad.

Y me molesta horrible la gente que no respeta esas reglas y hace sus fiestas como si a ellos el virus no les fuera a tocar.

Tiempos nuevos, my friend. Solo espero que un día nos podamos volver a abrazar.

ser mamá

I’m a barbie girl – y mi hija también.

Yo jugué con barbies hasta una edad en la que ya daba vergüenza decir que juegas con barbies. Maso en la edad en que ya combinas escenas de celos, amor y drama en tus historias. Básicamente, un copy-paste de las novela mejicana que veía mi abuela. Y claro tampoco había otra forma de hacerlo cuando una tiene como 20 Barbies y solo dos Kens [lección #1: busca cierto balance en tu casa de barbies).

La cosa es que, desde que tengo recuerdo, yo jugué con barbies. Sola, en mi casa, o acompañada. Había cierta magia y el tiempo no existía una vez que me ponía a peinar y vestir barbies. Probar colas, trenzas, cortes de pelo. Probar vestidos, pantalones, tops y casacas. No recuerdo que me haya impactado la cintura de avispa. Más me preocupaba el volumen del cabello en una cabeza y cuerpo tan pequeños. Algo no sumaba – pero era algo poco importante.  

Ahora, fast forward al día de ayer cuando tuvimos que encerrarnos en casa por mal tiempo. Nada grave, solo vientos muy fuertes que me hubiesen llevado cual cometa (y nunca se sabe qué puede salir volando y aterrizar en tu cabeza). La cosa es que ayer, “gracias” a la tormenta, nos aburrimos muchísimo.

Nos aburrimos hasta de ver tele.

Y de tanto aburrirnos, subimos con mi hija a su cuarto donde, con la misma naturalidad que me llevaba a mí a jugar con mis barbies hace 30 años, ella se puso a jugar con las suyas.

No era la primera vez, pero era la primera vez que me quedé con ella. Jugaba en voz alta – y en holandés. Yo leía un libro y la tenía de fondo, no prestaba mucha atención pero así y todo, a mí se me hinchó el corazón. Escucharla construir historias me hizo sonreír y querer volver a ser niña. Verla jugar sola, a punta de plástico e imaginación, me confirmó que las barbies son pura magia, storytelling y creatividad, y si esto no es un insight puro y duro, ya no sé qué es.

I am made of plastic. It’s fantastic.

Aqua
ser mamá

Si sientes que el tiempo pasa muy rápido, piensa en Enero.

Quisiera decir que ya se acaba el mes más largo de mi vida – pero aún faltan 6 horas. Pero, en serio, dime, soy yo o es que Enero SE TOMÓ SU TIEMPO?! Y no sé, no pasó nada en especial. Quizá es eso. No pasó absolutamente nada (salvo un impeachment por aquí, unas elecciones congresales por allá, un virus mortal en todo el mundo y hoy UK se separa de la EU y no sé por qué dije que no había pasado nada). Sin ponerme política, y si tienes un tiempito, este comercial de Snickers cae a pelo hoy:

Es que me fui por la tangente

Pero a eso no iba mi post.

A lo que sí iba es que a pesar de Enero, el tiempo sí que pasa muy rápido. Y de eso me di cuenta ayer, cuando Esposo aprovechó la huelga escolar (sí amiga, hasta en Países Bajos pasa esto) y se llevó a la nena a que le hagan sus huecos en las orejas. Sus piercings, caracho. Mi pequeñita de cuatro años quiere ser grande, y pedía aretes hace meses. Hasta le mostramos un video en YouTube de una niña haciéndose los huequitos, como para que se diera cuenta que esto no era un sticker en la oreja – Pero entiendes que es un hueco?!

– Sí. ¿Vamos mañana?

Y valiente como [no es] su madre. Ni una lágrima. Un ceño fruncido y ya, ahora la otra. Y luego de eso, el espejo por favor. FELIZ. Coqueta ella. Con sus aretitos rosados y FELIZ.

Recién salida de la joyería

Cómo pasa el tiempo, amiguitos. Ayer era una chiquita aprendiendo a caminar. Hoy, Mucita ya empezó el colegio. Ya hace pijamadas con sus amigas y amigos. Se viste sola. Se limpia el poto. Se mete unas conversas como para darle un talk show. Y en todo esto, yo solo la miro orgullosa (y de muy cerca por si acaso se cae, mientras se me cae la baba).

Nunca pensé en decirle «deja de crecer», si esto solo se pone más y más divertido cada día. Fast forward a Febrero y adelante.

Mamá en la Oficina

A los 4, tus preguntas.

(En la puerta, ya poniéndonos las casacas antes de salir hacia el colegio)

Mucita (4 años) – Mamá, tú en el trabajo, ¿Sales?
Yo (36) – ¿Cómo que salgo, Mucita?
Mucita – Si en el trabajo sales.
Yo – No entiendo, reina (Mi hija me habla en holandés o en un español holandizado, entonces a veces tengo que asegurarme que estamos hablando de lo mismo)
Mucita – Por ejemplo (agregar ojos de ilusión), en el colegio, a veces vamos al supermercado, u otras veces, nos llevan al parque. Sales.
Yo – Ah, no mi amor. Yo me siento frente a la computadora todo el día – contesté. – Y a veces… hablo con mis colegas…– pensé pero no dije.

¿En qué momento me hice adulta?

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Hagamos un plan

Esto del matrimonio no es cosa fácil. Es bonito, sí. Fácil, no hay forma. Pero viene con esto de ser adulto (cosa que aún no me la creo – aduuu… qué dices?). Anyway.

Luego te ponen toda una vida y rutina en el medio. Que el trabajo y sus reuniones, y sus cenas que tienen menos de trabajo pero se les dice cenasdetrabajo. Y luego tienes hijos (aka bendiciones) y ya esto se vuelve menos en un «miércoles cada uno x su lado» y más en un «martes tú, miércoles yo, jueves no puedo decir que no, y bueno, el viernes, es cumpleaños de mi pata… » y en todo esto se pasa la semana y así los días sin que te des cuenta.

No es broma, así está enero.

Claro que no es así todas las semanas pero PASA. Pasa que I.n.v.o.l.u.n.t.a.r.i.a.m.e.n.t.e se pasa la semana y tus interacciones con tu pareja fueron de hola y chau en las mañanas, y buenas noches antes de dormir. Pasa. Y por eso, amiguitos – POR ESO es que hay que hacer un plan.

¿Nuestro plan? Hemos firmado un contrato. Y dice así:

Yo, que amo a mi cónyuge por sobre todo en el mundo, prometo que por cada tres salidas que hagamos sin mi media naranja / corazón de melón, llamaremos a la babysitter y nos iremos de cita. Sólitos. Los dos.

Que tal? Seamos los últimos románticos en estos tiempos de independencia y de vida solo hay una pero dos más y nos vamos. Salud. ¿O tú cómo le haces?

Mamá en la Oficina

2018 que te vas

Hoy de puro vanidosa (y vaya que me salió el tiro por la culata) fui a ver mis stats de wordpress. Ingenua yo, sabiendo que este año no he sido la más constante ni dedicada a mi blog.

Pero no malees, amigo/a lector/a, qué poco amor:

Luego de tres años constantes, el 2018 fue un año en que solo Elmonofeo y mis papás me leyeron! Pero en parte (99% mi parte), yo sé que esto es mi culpa. Y si bien suena a algo bueno, quizá no lo sea tanto: en el 2018 trabajé.

Trabajé mucho. Trabajé de día, trabajé de noche. Paré en las horas que mi hija estaba despierta. Paré para atender a mi familia, y de ahí seguí trabajando. Se volvió costumbre cerrar la computadora a las 11pm y a veces, a la media noche. Se volvió costumbre decir «no tengo tiempo» y cancelar reuniones con amigas por querer «adelantar con mis e-mails» o «terminar el domingo lo que no pude terminar el viernes». Me acostumbré a la sobre-carga de trabajo y no me quejé. Se me olvidaron cosas, se me olvidaron personas. Organicé viajes apurada y me perdí dos por la misma razón (y un poquito por la culpa de DHL-pierde-pasaportes). No tuve ni tiempo de enviar mis tarjetas de Navidad como lo hago todos los años!

Entre otras cosas, este año tampoco tomé tantas fotos como en otros años, escribí menos posts en mi blog, y pedí más veces delivery.

Pero ya está. Fue un año difícil en la oficina, pero cuando miro atrás, creo que crecí. Me ascendieron, me subieron el sueldo – creo que son motivos por los cuales también estar orgullosa. Este año fui muy ejecutiva, otros años fui muy madre, y antes muy esposa.

Gracias 2018 – y que en el 2019, pueda ser un poco de todo. O, mejor aún, muchísimo de todo.

Mi vida en Holanda, Navidad

Es diciembre, y hoy se me dio por extrañar…

Estornudé y se hizo diciembre – o al menos, eso parece. 

Y mientras mis historias de instagram muestran capuchas, tormentas y narices rojas, mi facebook me muestra los primeros días de playa, mangas cortas, y los preparativos de  verano. Son los días previos a las fiestas: compramos regalos y ropas de baño, decoramos el árbol y desempolvamos la ropa de verano. Nos sacamos las medias para ponernos sandalias, y mientras, planeamos en dónde pasar la fiesta de año nuevo. 

Mientras tanto, acá yo desempolvo la ropa de invierno – con esa misma nostalgia de hogar que me viene cada Diciembre. Esa nostalgia de… y no quiero sonar atorrante, y claro que extraño a mi familia, y es que no puedo evitarlo. ¿Saben qué extraño?

La casa de playa.

Joder, que extraño la casa de playa de mis padres. 

Pero me tienes que entender. TODA MI VIDA, o al menos, desde que tengo memoria (pelito corto y piel marrón) paso el año y nuevo y tres meses siguientes en la casa de playa de mis padres. 

El verano es una cosa curiosa. Al menos en ese entones, era una desconexión a la realidad. De viernes a domingo, los «amigos de Lima» no existían, y solo habían los de la playa. Luego llegaba Marzo, y esos «amigos de la playa» desaparecían hasta el verano siguiente – donde volvían a aparecer, casi como si ahí vivieran.

Además, era como un mundo paralelo en donde uno podía quedarse hasta tarde sin supervisión adulta. Había toque de queda (que cada año que pasaba era un poco más tarde) pero había cierta magia que no ocurría «en Lima» una vez llegada la noche. Al final y al cabo estábamos a unos 300 metros de casa, 2 minutos en bicicleta. O algo así. 

Los recuerdos son más claros en el año 2000. La casa creció y yo salía del colegio. Tenía mi primer enamorado y, en pleno febrero, mi primer corazón roto. La casa de playa se convertía en mi refugio, al mismo tiempo que un rinconcito de recuerdos de las primeras semanas de verano.

Y los años siguieron pasando. Pero cada verano en año nuevo empezaba nuevamente la temporada. La casa de mis padres era invadida por las amigas del cole, de la pre, de la universidad. De los enamorados y los amigos de los enamorados. Hoy miro atrás y agradezco las tantas bocas que mis padres tuvieron que alimentar (hasta que empezamos a generar ingresos y apoyábamos … algo). Es más, asumir responsabilidad por hijos que no eran de ellos! (Cosas que uno ni piensa antes de convertirse en papá o mamá).

Terrazas de parrilla y vino, tardes de vóley, caminar con el sunset, correr en el malecón. Los almuerzos a las tres de la tarde, los pisco sours en la sombrilla, los baldes de arena, el bar de la piscina ese primer verano que abrió… Y años más tarde, mi hija gozando esa misma arena que a mí me vio crecer. 

Año nuevo 2018

No es el primer año que ocurre, pero sí uno de los pocos en los que no visitaré la casa este verano. Tres viajes a Lima el año pasado y uno pendiente a Nueva Zelanda en el 2019 (si es que no se me pierde esta vez el pasaporte) me tienen un poco corta, además de los planes de construir el tercer piso y remodelar la casa en Febrero. 

Y quizá sueno atorrante, y en estas épocas navideñas, quizá no debería ser lo primero que extrañe. Pero hoy mientras tomo vino caliente en el mercado navideño, en verdad desearía estar tomándome otro vino blanco en esta terraza, quizá con un cebichito, y definitivamente, con unas yuquitas fritas con huancaína. Y es que extraño mi casa de playa.

La familia